lunes, 10 de febrero de 2014

holaaa

Bueno, llevaba ya mucho tiempo sin escribir y sin pasarme por el blog y ayer deje de lado todo lo que tenia que hacer y me salió esto que he pensado compartir con vosotros, si a alguien le apetece que lea y opine :9
 
 
 
 
 
EL PARQUE

‘Y alguien dijo una vez que no solo las personas sienten, que no solo los animales y las plantas viven, que no solo las cosas, cosas son.’

 

 

El parque hoy se mira al espejo y sonríe, se viste de verde, de flores, de azules y amarillos, de tulipanes, de rosas, de margaritas deshojadas.

El parque hoy amanece resplandeciente y se viste con sus propios visitantes. La primavera está trayendo al buen tiempo y las lluvias invernales ya quedaron atrás hace varios meses, entre diciembre y febrero.

Los ojos del parque se abren en algún lugar del albero que cubre su cuerpo como los polvos de maquillaje cubren la cara de las madres que pronto comienzan a llegar. Sus manos se cierran en un abrazo al aire que cálidamente circula entre columpio y columpio. Las piernas del parque se estiran abriendo las puertas a la llegada de sus visitantes. Las malas hierbas, como los vellos del parque, se erizan con las pisadas de los niños que las agitan, las pisan y las arrancan.

Y los niños hacen del parque el lugar idílico, le pintan sonrisas en las vallas, le hacen cosquillas cuando resbalan por el tobogán, le muerden la lengua cuando tropiezan y le ensucian la ropa cuando levantan el albero al correr.

Pero el  parque no se queja ni cuando le empapa el zumo que se le acaba de caer a una niña, ni cuando le babea un bebé encima, ni cuando le arrancan una a una las flores que forman el manto con que se arropa al anochecer, ni cuando de vez en cuando algún pequeño travieso rompe alguna de las cuerdas de su telaraña.

Pero entre el día y la noche cuando el parque se queda vacío, le inunda la tristeza, el parque añora mientras bosteza y le duele el pensar que tal vez mañana sea día de trabajo y nadie pase a columpiarse, y nadie venga a divertirse.

Y  de repente entre estación y estación la primavera se esfuma y ocurre que el parque, la ciudad y prácticamente todo el mundo se queda en tinieblas, en escombros.

 

 

El parque últimamente llora en pequeños gritos silenciados, se encuentra solo y perdido, bueno, perdido no, porque sigue en el mismo lugar que siempre. Pero lo que sí que ha perdido ha sido a las personas.

El mundo está mudo, y entre bombas y disparos se mueren las risas. Con un nuevo amanecer un 28 de 1914 llegó también el inicio de la guerra y el parque se encuentra fustigado porque observa pero no puede reaccionar.

El cielo discierne, en una lucha entre el azul propio y el gris de las bombas, pero finalmente se tiñe de rojo, del color de la sangre que se está derramando. Y con el atardecer el rojo se difumina hasta un anaranjado fugaz, al que pronto roba el protagonismo el negro de la noche.

El miedo arropa las personas que temen por sus vidas y se esconden y el parque se queda más desnudo que nunca. Y más aún ahora que con el verano las flores se marchitan y parece morir, el parque desolado se tumba y deja que le lleguen las vibraciones de las bombas al caer, lejanas, como si no hicieran nada, como si no segaran vidas.

Y a lo lejos escucha varias voces diferentes llorar, y el sonido de cada lágrima que nace y muere en el suelo. Y el llanto de los que no se pueden dormir porque, como siempre, tienen miedo.

Pero el parque ya ha vivido mucho, y aprende a hacer de los lamentos una nana que poco a poco le introduce en el sueño.

 

 

El parque es muy frío en invierno. Sobre los matorrales, en la madrugada, el rocío helado convertido en perlas, en perfectas lágrimas. La guerra hace llorar incluso al cielo.

Sobre el suelo la escarcha que entrando la mañana parece derretirse y se funden tierra y agua, dejando embarrado al parque solitario.

Un año más de guerra que se aproxima con este invierno, y ya van tres. Y con él, la nieve se queda levitando en esa atmósfera como de cuento, lo que debiera ser y no lo que es.

En el parque se conserva el balancín, que ya con sus años le nacen rasguños milenarios y pintadas, fechas y nombres y momentos incrustados. Respira por sus betas y huele cada vez más a podredumbre, aunque esto no es de extrañar, la guerra todo lo pudre. Pero no importa, siempre será ese el perfume de la infancia, del añoro del ser niño, del balancín con sus fechas, sus nombres y pintadas, sus memorias olvidadas.

Y al parque le nacen lagañas, como las de los niños que a estas horas se levantan. Lagañas que son parte de una casa cercana que hace poco se derribó. Lagañas, o más bien, restos de escombros.

Y hoy se huele de nuevo la angustia, un día más de muchos, de algo que parece nunca acabar. Y ya está la gente hastiada, que se mueren las personas de pena aun preguntándose cuántas vidas más se van a cobrar.

En el recuerdo de los niños que solían venir se recrea el parque y por no sentirse solo hace que se muevan sus columpios, como un espíritu fantasmal que se recuesta sobre ellos. Pero ya el sonido es estridente, no puede crear vida el parque, no puede sacar del recuerdo lo que hace tiempo ya se acabó.

 

 

Los pájaros no cantan ya ni en mayo. Las flores ni florecen y si lo hacen se visten de sobras, que ya nadie las quiere, que ya nadie las corta. 

La vida se muere, porque entre el sueño y la pesadilla ya no hay diferencia. La pesadilla se ha vuelto mejor sueño que la realidad. El mar ya no puede tragar más cuerpos sin vida, ni más penas sufridas.

Y el parque se encuentra oxidado, la lluvia ha carcomido su piel y ahora le duele cada uno de los barrotes que forman su esqueleto de metal. Al parque le ha crecido la barba en forma de telaraña porque ya nadie se acerca a él. Solo le rodea el olvido.

Y el parque llora por la fuente que está rota y se derrama y el parque parece ahogarse entre sus propias lágrimas. El barro alrededor de la fuente se traga las balas, porque la guerra ha disparado al parque hasta en las entrañas.

Y una vez más el mundo se calla, como ocurre siempre antes de que algo malo suceda. Y entonces ocurre, el viento lo nota. Y una vez más se arroja. Aquí llega, entre las hojas. Esta vez sí suena cerca, el impacto… le roza.

 

 

Y entre gases de todo tipo llega septiembre, rodeado de una nube verdosa de la que es causante la guerra que no tiene suficiente con bombas y armas que ahora abusa en químicos. Y los gases, la mayoría letales, atusan a los restos del parque se meten entre el balancín partido y los barrotes deformes de los columpios y la telaraña que era tan alta ahora se encuentra esparcida en el suelo porque la guerra ha derribado el tubo que la sostenía.

Y es que parece que nunca es suficiente, que no importa el precio de las vidas que se han tirado a la basura ni el de las otras vidas que han quedado marcadas, ni se tiene respeto por las nuevas vidas que nacerán en un mundo derrotado e injusto.

El parque lleva tiempo ingresado, desplomado sobre una camilla de mullidos barrizales y le abrigan las hojas color caoba que se amontonan sobre él para privarle del frío.

El parque tiene fiebre por falta de risas y no hay antibiótico que lo cure. Sobre su vientre continúa el tronco escabroso de un árbol asfixiándole y las ramas punzantes se le clavan en la carne. El parque se está muriendo y las luchas siguen atormentándolo.

El paisaje a su alrededor es devastador, pero parece que a nadie le duele aunque todos lloran, será el efecto del gas lacrimógeno que anda por ahí a su antojo, porque si de verdad se pararan a ver que están haciendo con su mundo la guerra cesaría… pero el parque ya no puede seguir pensando más en todo lo que le rodea, la mente se le nubla y con un fuerte dolor en el centro, cercano a la fuente que sigue vaciándose en lágrimas, como si el árbol estuviera hundiéndose aún más en su estómago, el parque pierde la consciencia.

 

 

Entre las zarzas y la hiedra un grupo de exploradores llegan a él. Están jugando a descubrir todo aquello que todavía no han visto en su ciudad. Y han acabado en una zona olvidada, víctima de los destrozos de la guerra. Pero los niños no se horrorizan, ellos saben ver lo bueno de todo, hasta de las cosas malas. Sonríen, han encontrado su guarida perfecta.

Entre los restos de lo que un día fue un parque encuentran un lugar misterioso, que de una forma u otra les transmite encanto. Han oído hablar mucho de la guerra, de aquellos lejanos años… pero no les asustan y ellos juegan allí a revivir lo que un día todo el mundo quiso que fuera solo un sueño.

Y entre los disparos de manos unidas formando una pistolas y los ‘pium pium’ salidos de los labios de los pequeños militares, entre la ropa sucia de arrastrarse por el albero olvidado de aquel parque y la guerra esta vez nacida de la imaginación, se deja atrás en una especie de cuento la pesadilla de muchas personas.

 

 

‘Así el parque sintió como el frío se disipaba, como la luz volvía a inundarlos en los meses de marzo y abril, como los árboles florecían con la llegada de mayo, como el calor le dejaba cada vez más desierto y como la lluvia le iba oxidando y pudriendo…

Y el parque también sintió como el invierno hacía tiritar a sus columpios desnudos y como la guerra hacía llorar al mundo… que con el morir de la risa de los niños también moría él, y como con el final de cada tormenta volvía a nacer.’

Luisa Carmona Romero. 9/02/14