Tiana se levantó, como cada mañana, en su andrajoso y
minúsculo piso. Se preparó para ir a trabajar, pero antes de salir, como era
costumbre en ella, sacó un papel de su chaqueta desgastada. Lo desdobló con cuidado
y lo observó. Estaba amarillento por el paso de los años. En una de sus caras,
un boceto de un pequeño restaurante. El autor de aquél sueño era el padre de
Tiana, fallecido hacía varios años. Y ese pequeño restaurante junto con algunas
deudas, fueron la herencia que dejó.
Tiana echó un vistazo al tarro de cristal lleno de
billetes. No podía dejar de pensar en que ya faltaba poco para aquél
restaurante, que casi podía rozarlo con las yemas de los dedos. En fin, hasta
que ese momento llegase, aquél día era tan solo uno más. Cogió el bus y se
dispuso a hacer la calle, como de costumbre. “El Sapo” apareció, doblando una
esquina con su coche caro y recién lavado, vigilando que todas estuviesen en su
puesto de trabajo. Aquél hombre era el motivo por el que tardaba tanto en
reunir el dinero, ya que se llevaba una gran comisión por el “alquiler de
terreno” como él lo llamaba. En esencia las chicas pagaban para no recibir una
paliza.
Un par de días después apareció un coche que ninguna
reconoció, un cliente nuevo. Y de los que manejaban. Se paró justo frente a
Tiana, quien se subió al coche y le explicó los precios. Pero a él solo le
interesaba hablar. Alguien que lo escuchase. Durante meses estuvieron viéndose,
profesionalmente. Él le contaba que el trabajo lo estresaba, y que cuando
llegaba a casa el mundo parecía abrirse bajo sus pies. Pero un tiempo después
no se conformó, quiso saber cosas sobre ella. Entonces le confesó que tenía un
sueño, y él le ofreció convertirse en su socio capitalista, así tendría que
dejar esa vida… Y ellos podrían verse fuera de aquél coche o de un hotel. Algo
impredecible y absurdo crecía entre ellos. La gente lo calificaría como amor,
pero ninguno de los dos estaba seguro.
Tiana decidió hablar con “El Sapo”. Le dijo que iba a dejar
las calles e iba a montar su restaurante. Éste, que no desconocía sus sueños, se enfureció. Creía
que tenía más tiempo para pensar algo. Es caso es que Tiana era una de las
mejores, y no pensaba dejarla marchar. La conversación se caldeó, y le soltó un
puñetazo. Tras el primero le siguieron muchos más. Tantos que ambos habían
perdido la cuenta. Ella acabó en el suelo, medio muerta. Pero “El Sapo” nunca
tenía suficiente. Le arrancó el viejo papel de las manos y lo rompió en muchos
pedazos, dejándolos caer sobre ella. Un simple “Puta” resonó en sus oídos
mientras el calibre 45 liberaba la bala y atravesaba su cráneo.