Pues me pasaba por aqui para ayudar con esto de revivir el blog. Os dejare un pequeño relato y haber si os gusta, aunque no creo que sea muy bueno, pero al menos colaboraré un poco con el blog :) Tambien para que me deis vuestra opinión.
Otra cosa, felicidades a los que habéis ganado algún concurso, y a los que vais a estar este año en el Celulaj, os echaré de menos :'(
Y haber si dejais caer por aquí vuestras obrillas que hay gente (como yo) que quiere leerlas!
Distancia:
Palabra mal definida como espacio entre dos puntos.
«Distancia: Motivo
por el que te siento lejos a cada minuto de mi existencia, pero que
no hace que te quiera menos sino que te piense más.»
Firmado, Martín.
La estación estaba
abarrotada y el ambiente muy cargado. Solo unos minutos más para que
su tren saliera. Se pasó la mano por la frente... el calor hacía
que la ropa se le pegara al cuerpo.
Estaba incómodo, no
podía contener las ganas de gritar... se le cayó varias veces el
móvil. Los nervios le estaban jugando una mala pasada. Algunas
personas seguían sus movimientos y murmuraban comentarios que a
Martín le traían sin cuidado. Apretó los puños y se concentró en
recordar su voz, aquella voz tan bonita y dulce que le enamoraba.
Sonrió vagamente, no la había olvidado pero sí que la extrañaba
un poco. Se acordó de que muchas veces en mitad de la noche la había
llamado simplemente por escuchar su voz...
Aquello era un sueño que
se tornaba pesadilla y pocas veces, como hoy, su pesadilla se tornaba
sueño por unas horas... solo por unas horas. ¿Qué haría cuando la
viera? Quizás la mirara o le sonriera, dos besos, un beso, un
abrazo, no sabía. Lo que surgiera en el momento, acabó obviando. La
vista se le nubló un poco... se echó en su asiento e intentó
disfrutar del viaje.
Minutos más tarde se
encontró revisando la hora. Que lentos pasaban los segundos en estos
casos... Tanto tiempo teniéndola lejos, añorándola, viéndola
únicamente por una pantalla de ordenador... Puta distancia, soltó
en su cabeza. Y la insultó durante un rato. No llegaba a
reconfortarle pero al menos le mantenía distraído. Todo había
comenzado hacía dos años, y desde aquel verano que comenzaron a
salir se veían de vez en cuando, entre trimestres... Pero era
demasiado tiempo, quiso gritar Martín. ¿Cómo se podía soportar
tener tan alejado de él a la persona por la cual los días eran
diferentes y amenos? ¡Cuántas veces se había planteado que aquella
relación no merecía la pena! Pero no era verdad... sí que merecía
la pena, porque como una vez le dijo aquella chica tan especial “Si
te hace feliz, entonces vale la pena.” La distancia se le antojaba
como un escueto muro que se cernía entre ellos dos,
indestructible... Y los dos se encontraban desnudos frente a ese
muro. No podían hacer nada contra él.
Notó como la gente le
seguía observando, no los culpaba, el tren se le hacía demasiado
aburrido a cualquier persona. Entre los pasajeros, la mirada atenta
de un niño lo cautivó. Tenía unos grandes ojos azules, el pelo
corto castaño oscuro y sonreía de forma singular. Ante el rostro de
aquel pequeño, Martín no pudo más que sonreír. La expresión de
los ojos del chico le recordaba a Valeria y el azul a los suyos; la
sonrisa, los labios y el color de pelo también a ella. Podría haber
pasado perfectamente por su hijo, pensó. Pero ellos todavía eran
muy jóvenes, apenas tenían diecisiete años. Con una mirada
silenciosa y cuando menos curiosa, el niño siguió observándolo,
pero esta vez él también le observaba. No supo con exactitud en qué
momento el pequeño comenzó a dormir en el hombro de su madre, pero
minutos después Martín también cerró los ojos. Deseó con todas
sus fuerzas que el lugar vacío a su lado estuviera ocupado por
Valeria y sonrió como tonto con la idea de apoyarse en su hombro
para dormir... Pero el asiento siguió vacante.
Sin darse cuenta fue
cerrando los ojos, mientras caía ligeramente en el asiento libre de
un modo casi infantil y antes de quedar profundamente dormido, deseó
con todas sus fuerzas que cuando volviera a abrir los ojos se
encontrara al lado de aquella chica a la que quería por encima de un
puñado de kilómetros.
«Distancia: Son
kilómetros, kilómetros y más kilómetros... malditos kilómetros
que, entre otras cosas, me impiden abrazarme a ti...»
Firmado, Valeria.
Odiaba el rugir del motor
del coche antiguo de su padre.
- Papá, ¿por qué no dejamos ya este coche viejo y nos compramos otro?
No lo entendía, no
tenían problemas de dinero, ni les encantaba aquel coche. Lo observó
durante un rato. Que simple era... verde oscuro, mala tapicería,
rayones por todos lados, algún que otro pequeño bollo, modelo muy
anticuado, la radio estaba rota y los asientos destrozados por el
tiempo.
- Valeria, ya hemos hablado de esto – dijo mientras paraba a repostar gasolina.
- Pero papá, no te entiendo – se indignó su hija.
El padre apretó los
dientes y se limitó a no contestar. Pensó de nuevo en su mujer y le
costó reprimir las lágrimas... ¿Cuántos besos habían llenado
aquel coche? Demasiados, se contestó a sí mismo. No lo iba a
cambiar, nunca... o por lo menos, hasta que resistiera. Le recordaba
demasiado a su mujer... cada día la echaba más de menos y sin
embargo, cada día estaba más lejos de ella, de su recuerdo. La vida
se la había arrebatado y tanto a él como a Valeria esa pérdida le
había afectado durante mucho tiempo.
Valeria permanecía en el
coche. En su ipad sonaba una canción de Bruno Mars, suspiró.
Todavía podía recordarlo con exactitud y es que todos los momentos,
que eran pocos, al lado de Martín no se le solía olvidar. Cambió
de canción antes de sentirse peor, pero su ipad estaba repleto de
canciones que significaban demasiado para ella... Se quitó los
cascos y furiosa apagó el aparato. Miró la hora en su reloj y tras
unos segundos la volvió a mirar. Eran las diez, con suerte a las
doce y media llegarían a Málaga. Y entonces sí que una lágrima
surcó su cara. Sonrió con impotencia, hoy era el día. Quiso
apartar de su mente el hecho de haber estado cuatro meses separada de
lo que más feliz le hacía en su vida, pero no podía... Estaban
ahí, estaban recordándole lo mal que lo había pasado, recordándole
los suspiros y las lágrimas, las ganas de vomitar, las veces en que
sus fuerzas expiraban. Lo había pasado fatal y él no había podido
estar a su lado... El ruido de la puerta cerrarse interrumpió sus
pensamientos, su padre la miró por el retrovisor en el momento en
que otra nueva lágrima se deslizaba por su piel. Roberto no dijo
nada, sabía como debía de sentirse su hija, pero le dolía verla
así.
Valeria se centró en
mirar al horizonte para no marearse y se ensimismó de nuevo en sus
absurdos pensamientos. Se vio reflejada en el cristal de la ventana,
no era guapa, nunca se había considerado una de esas personas que
suelen gustar. El pelo ondulado le llegaba por los hombros y sus ojos
eran grandes y bonitos pero de un color marrón apagado. Al contrario
de ella, él era perfecto. Sus ojos eran rasgados y azules, su pelo:
castaño claro. Pero él la quería y ella le quería a él, tal como
eran, sin ningún defecto para el otro, perfectos en su persona.
No tenía la suerte de
quedar cada sábado e ir paseando de la mano por una de las calles de
su ciudad, ni tenía la posibilidad de besarlo cada mañana antes de
entrar al instituto, no podía tenerlo cerca en los malos momentos,
ni... Se le hizo un nudo en la garganta, como si se estuviera
atragantando con algo, era como si llevara una soga al cuello y la
distancia no hiciera más que apretar la cuerda alrededor de su
garganta. Distancia... esa palabra se hacía dueña de sus
pensamientos. ¿Por qué existía la distancia entre ellos? Una y
otra vez la distancia se metía con ella, le sentaba con una patada
en el culo, un continuo dolor que la mataba por dentro.
Puso la mano en el
cristal y sollozó intentando que el nudo que se le había formado
desapareciera, pero cada vez se hacía más grande y los nervios la
apresaban. Primero comenzaron a temblarle las manos... media hora
después tiritaba como si fuera a morir de hipotermia, algo imposible
teniendo en cuenta que estaban en un mes de agosto que los bañaba
con un calor asfixiante, oscilando entre los treinta y cinco y los
cuarenta y dos grados.
Cerró los ojos en un
intento de alejarse de todo mientras los kilómetros que los
separaban comenzaban a menguar.
La puerta del coche se
abrió velozmente. Valeria salió, pero tras eso se quedó parada.
Estaban el uno frente al otro a pocos metros, los dos con ganas de
echar a correr, pero los nervios los paralizaban y sus pies no
lograban moverse de un adoquín al siguiente. Roberto evitaba
mirarlos por el retrovisor del coche y esperaba con impaciencia que
de una vez por todas se fundieran en el abrazo que tanto necesitaban.
Fue Martín el que
comenzó a correr hasta la chica. Esta se agarró a él y recordó
como otras veces la sensación de abrazarse al cuerpo de aquel chico.
Martín mientras tanto le acariciaba el pelo y la apretaba con sus
fuertes brazos queriendo quedarse así eternamente. Hundió la cara
en los mechones ondulados de Valeria de los que un olor a mango se
desprendía. Dulce, pensó. Pero no tanto como lo eran sus labios. El
beso tardó en llegar, se miraron a los ojos antes de acercar sus
bocas en un beso voraz y tras asegurarse de que seguían sintiendo
mutuamente lo mismo se soldaron sus labios.
Valeria miró hacia donde
estaba el coche de su padre y lo despidió con un movimiento de mano.
Calculó que tiempo podrían estar juntos, apenas habían dado las
una.
- ¿Hasta que hora puedes quedarte? - preguntó, deseando pasar el mayor tiempo posible al lado de Martín.
- Hasta las... - Martín miró hacia arriba, intentando recordar a qué hora salía el último tren hasta su ciudad – hasta las siete.
La mirada de Valeria se
apagó aunque, la verdad, no esperaba que se quedaran hasta más
tarde puesto que luego eran dos horas y media de viaje. Hizo amago de
abrazarse de nuevo a Martín, pero él no le dejó. La sujetó por
los hombros, odiaba verla triste y aunque para Martín también era
duro separarse de ella, intentó por todos los medios consolarla.
- Todavía tenemos seis horas por delante...
- Pero...
- Pero nada – le dijo él cortante – prométeme que en lo que nos queda de día, no vas a pensar en que hora es, ni vas a preocuparte por lo que pueda pasar cuando nos separemos, prométemelo porque si no venir hasta aquí no habría tenido ningún sentido.
Valeria asintió y se
apartó un poco de Martín para comenzar a andar a su lado. Al verla
fue él el que necesitó con todas sus fuerzas volver a abrazarla
para sentirla cerca, para comprobar que no seguía durmiendo en el
tren.
Hacía sol pero no mucho
calor. Málaga estaba tranquila y la brisa del mar cerca de la costa
siempre era agradable. Mientras recorrían las calles notaron como
cada vez el calor iba disminuyendo y por algunos lugares se filtraba
el olor salado del agua.
Fue ella quien arrastró
a Martín hasta la pizzería donde siempre almorzaban. Y después de
comer él la condujo por el paseo marítimo hacia donde se habían
mirado a los ojos por primera vez.
La playa estaba atestada.
Se sentaron en el bordillo que separaba el paseo de la arena y
contemplaron como el agua se movía tranquila. Se quitaron los
zapatos y corrieron hacia la arena húmeda. Martín cogió a Valeria
y comenzó a adentrarse en el mar. Estaban mojados sus pantalones
casi hasta la cintura y él amenazó con lanzar al agua a la chica,
que se cogía a su cuello y gritaba que se iba a enterar como la
tirara.
El agua se movió
alborotada cuando los dos cayeron sobre ella.
- ¡Te odio! - Gritó Valeria, fijándose en como eran el centro de atención de muchas miradas desde hacía rato.
Él reía tirado en la
arena y totalmente empapado. La miraba de arriba abajo, notando como
las partes del vestido blanco mojadas se transparentaban y de forma
translúcida la ropa interior de Valeria se hacía cada vez más
visible. Notó como bajo el vestido mojado se apreciaban las formas
de su cuerpo y como ante su mirada, ella comenzaba a ponerse roja.
Además, el maquillaje se había deslizado por la cara de Valeria,
formando bajo sus ojos unos surcos de color oscuro.
Él se acercó a ella y
pasó el dedo por su rostro haciendo desaparecer el rastro de
maquillaje. La chica seguía poniéndole morros e ignorándolo por
haberle causado ese destrozo.
- ¿Te has enfadado? - le preguntó al oído.
Ella siguió ignorando a
Martín.
- Oye, que ha sido por tu culpa por la que nos hemos caído – dijo él como si también se enfadara.
Entonces ella le miró de
reojo, se fijó en cómo sonreía de forma burlona y cómo sus ojos
azules la miraban esperando que le perdonara.
- Bueno, bueno... te perdono – dijo Valeria poniéndose frente a su chico.
Se acercó sigilosa a su
boca y cuando él se acercaba a la suya, lo empujó y Martín cayó
en la arena, que se le pegó al cuerpo. Ella se arrodilló a su lado.
- Pero que quede claro que la culpa la tienes tú – le susurró al oído.
Tumbados en la arena que
les quemaba la piel y ensuciaba todo su cuerpo, volvieron a besarse y
tras ese beso con sabor salado y olor a tierra húmeda, se
sumergieron en el agua cumpliendo los dos con lo acordado. En ese día
no había hora, no había tristeza, ni se iban a añorar... porque
por primera vez en mucho tiempo estaban juntos y la distancia entre
ellos no tenía lugar, no cabía... simplemente ahora, no existía.
Las puertas del tren
volvieron a cerrarse a las siete en punto. Nunca se retrasaban. Y por
el cristal vio desaparecer la mirada de ella que con desgana se subía
en el coche.
Cerró la puerta del
coche y el rugir del motor la sobresalto. Aquí acababa todo y
comenzaban a perder poco a poco.
El tren comenzó a
moverse, el niño que antes había viajado también se encontraba
allí. ¿Era mera casualidad? Bufó y supo que desde ese día hasta
que pasaran varios meses no la volvería a ver.
El coche fue tomando
velocidad, primero 30, después 60, más tarde rozaba los 90... su
padre nunca iba más rápido, no le gustaba la velocidad. Ni mucho
menos conducir desde que su madre tuvo el accidente de coche.
Seguía teniendo los
puños apretados y ganas de golpear cualquier cosa que se le
antepusiera, cualquier cosa. Pero nunca persona, él no era agresivo
y confiaba en que nunca lo fuera. Pero en esos momentos sentía como
que debía correr en dirección contraria, hacia ella y no alejarse
cada vez más, como estaba haciendo en aquellos momentos.
Agradeció que la
velocidad se mantuviera a 90 kilómetros por hora... así, se
alejaría más despacio de él. Aunque también le invadían las
ganas de salir corriendo, encerrarse en su habitación, contemplando
una foto de Martín y echarse a llorar en la cama durante el resto de
los meses. Pensando en que así, cuando sus lágrimas se consumaran,
el día de volver a verlo estaría más cerca.
Le dolía el corazón,
pensaba en que si llegaba a perderla por algún motivo... no podría
continuar. Tampoco podría volver a pisar una playa, ni una
pizzería... todo le recordaría demasiado a ella. Serían lugares
prohibidos, lugares en los que los recuerdos acosarían su memoria.
No quiso tener en cuenta
que algún día podrían arrebatárselo como había pasado con su
madre, no podía pensar aquello. Sin él nada tendría sentido...
Pero era algo que podía suceder y también que Martín dejara de
sentir aquello tan fuerte por ella. No sabía que podía llegar a
dolerle más pero tampoco quería comenzar a pensar en aquellas
cosas.
El asiento del tren le
pareció más incómodo que de costumbre, le dolía algo la espalda
de cuando Valeria le había tirado a la arena. Lo tenía merecido por
meterla en el agua, pensó sonriendo. Le gustaba su carácter, le
gustaba todo de ella, todo sin excepción.
Se golpeó la cabeza al
echarse hacia atrás. Movió la mano levemente hasta dejarla caer en
el asiento de al lado y suspiró. Le faltaba demasiado sin él y se
sentía completamente incompleta.
Martín notó como el
aire se hacía pasajero a cada uno de sus lados. Tanto a la derecha
como a la izquierda había vacío. Rectificó, tanto a la derecha
como a la izquierda como en su corazón predominaba el vacío.
Por último, ella se
colocó los cascos y confió en que de forma aleatoria sus canciones
la invadieran. Calló sus sentidos y dejó que bajo sus párpados,
sus ojos enrojecieran y sus pestañas comenzaran a humedecerse.
Sin saber que hacer, la
oscuridad de sus ojos cerrados se le echó encima. La añoró en el
silencio de sus deseos y aplacó la rabia que sentía con el sueño.
No había nada que se le resistiera. Nada, excepto esa palabra, como
siempre.
«Una
vez más la distancia comienza a robarme terreno, se hace poco a poco
con cada parte de mi ser. Te recuerdo una y otra vez y ya te echo de
menos.»
Firmado,
Valeria.
«De
nuevo vuelvo a sentirme impotente, solo e impotente. Ya ha comenzado
a cautivarme la distancia y con cada resquicio de tu recuerdo ya te
echo de menos.»
Firmado,
Martín.
Tengo que decirte que me ha gustado mucho la estructura de tu relato. Primero por empezar la parte que narra la historia desde el punto de Martín con una frase firmada por él, y la del punto de vista de Valeria con otra firmada por ella. En segundo lugar, a estado muy bien la parte final en la que un párrafo exponía la perspectiva de Martin y el siguiente párrafo la de Valeria y el siguiente la de Martin y así continuamente. La historia no me ha gustado tanto porque era bastante previsible, pero la estructura está bastante bien.
ResponderEliminarLa verdad estoy totalmente de acuerdo jaja pero solo quería reflejar la situación de una amiga y de mucha gente y por eso es tan previsible. Me alegra recibir algunas críticas y que os hayais molestado en leer todo el relato ^^
EliminarComo no suelo leer literatura romántica (me limito al terror, ya sabéis) no puedo decir que me haya parecido previsible. De hecho, me ha gustado mucho: la historia, la estructura, los personajes, la descripción de los sentimientos y emociones. Todo me ha parecido muy logrado. Sobre todo le doy importancia a la verosimilitud (yo me desvivo por lograr verosimilitud en mis relatos, cosa difícil cuando la historia trata sobre zombis o seres demoníacos de más allá del Más Allá x D), y en general está conseguida.
ResponderEliminarAquí, lejos de vosotros, mis compañeros de instituto me preguntan sobre su manera de escribir. La mayoría son mediocres. ¿Cómo no iban a serlo comparados con vosotros? Me encantáis; os adoro y os echo de menos. TT ^ TT
Muy bien, Luisa. Sigue así.
Bueno pues me alegro de que haya sido bien acogida por ti :) Y gracias por molestarte en leer todo el relato ^^
EliminarNo puedo compararme con ninguno de vosotros ni de lejos, pero da igual jaja sigo escribiendo e intentando mejorar.
Desde luego me encantaria volver a veros, se os echa de menos :'(