jueves, 28 de febrero de 2013

¿Quedada, encuentro?

Entiendo que todos estemos ocupados en distintas tareas, principalmente estudiando a fondo y eso; sin embargo, los sevillanos al menos deberíamos ir pensando en hacer una quedada.

Este puente no podría ser. Creo que sería un poco precipitado, y probablemente ya hayáis hecho planes por vuestra cuenta. Yo por ejemplo tengo que ir a Cádiz a ver a mis abuelos. 

El fin de semana siguiente me parece improbable, ya que son las últimas semanas del trimestre y todos los que estudiamos bachillerato estaremos hasta arriba de exámenes. Yo al menos lo estoy: tengo que estudiar para siete asignaturas distintas en una misma semana y debo gestionar mi tiempo lo mejor que pueda. 

¿Qué os parece el fin de semana antes de las vacaciones? Viernes 15, sábado 16 y domingo 17 de marzo. Uno de esos días deberíamos vernos en Sevilla, ir a Fnac y a algún sitio a comer, y eso. Tal vez al cine, si pudiera ser, aunque sería mejor pensar en alguna actividad que concuerde con nuestra reputación de escritores y lectores intelectualoides ; P

Id pensando y comentad a ver quién podría ir y quién no. También proponed actividades que nos interesen y que creáis interesantes, como la última vez. 

Un abrazo!! 

PD: A pesar de ser terriblemente individualista y rechazar colectivismos de toda clase, como todos somos andaluces, os deseo un feliz día de Andalucía y un provechoso puente. ¡Escribid mucho!

sábado, 23 de febrero de 2013

Distancia.

Buenas ^^
Pues me pasaba por aqui para ayudar con esto de revivir el blog. Os dejare un pequeño relato y haber si os gusta, aunque no creo que sea muy bueno, pero al menos colaboraré un poco con el blog :) Tambien para que me deis vuestra opinión.
Otra cosa, felicidades a los que habéis ganado algún concurso, y a los que vais a estar este año en el Celulaj, os echaré de menos :'(
Y haber si dejais caer por aquí vuestras obrillas que hay gente (como yo) que quiere leerlas!



Distancia: Palabra mal definida como espacio entre dos puntos.


«Distancia: Motivo por el que te siento lejos a cada minuto de mi existencia, pero que no hace que te quiera menos sino que te piense más.»
Firmado, Martín.

La estación estaba abarrotada y el ambiente muy cargado. Solo unos minutos más para que su tren saliera. Se pasó la mano por la frente... el calor hacía que la ropa se le pegara al cuerpo.
Estaba incómodo, no podía contener las ganas de gritar... se le cayó varias veces el móvil. Los nervios le estaban jugando una mala pasada. Algunas personas seguían sus movimientos y murmuraban comentarios que a Martín le traían sin cuidado. Apretó los puños y se concentró en recordar su voz, aquella voz tan bonita y dulce que le enamoraba. Sonrió vagamente, no la había olvidado pero sí que la extrañaba un poco. Se acordó de que muchas veces en mitad de la noche la había llamado simplemente por escuchar su voz...
Aquello era un sueño que se tornaba pesadilla y pocas veces, como hoy, su pesadilla se tornaba sueño por unas horas... solo por unas horas. ¿Qué haría cuando la viera? Quizás la mirara o le sonriera, dos besos, un beso, un abrazo, no sabía. Lo que surgiera en el momento, acabó obviando. La vista se le nubló un poco... se echó en su asiento e intentó disfrutar del viaje.
Minutos más tarde se encontró revisando la hora. Que lentos pasaban los segundos en estos casos... Tanto tiempo teniéndola lejos, añorándola, viéndola únicamente por una pantalla de ordenador... Puta distancia, soltó en su cabeza. Y la insultó durante un rato. No llegaba a reconfortarle pero al menos le mantenía distraído. Todo había comenzado hacía dos años, y desde aquel verano que comenzaron a salir se veían de vez en cuando, entre trimestres... Pero era demasiado tiempo, quiso gritar Martín. ¿Cómo se podía soportar tener tan alejado de él a la persona por la cual los días eran diferentes y amenos? ¡Cuántas veces se había planteado que aquella relación no merecía la pena! Pero no era verdad... sí que merecía la pena, porque como una vez le dijo aquella chica tan especial “Si te hace feliz, entonces vale la pena.” La distancia se le antojaba como un escueto muro que se cernía entre ellos dos, indestructible... Y los dos se encontraban desnudos frente a ese muro. No podían hacer nada contra él.
Notó como la gente le seguía observando, no los culpaba, el tren se le hacía demasiado aburrido a cualquier persona. Entre los pasajeros, la mirada atenta de un niño lo cautivó. Tenía unos grandes ojos azules, el pelo corto castaño oscuro y sonreía de forma singular. Ante el rostro de aquel pequeño, Martín no pudo más que sonreír. La expresión de los ojos del chico le recordaba a Valeria y el azul a los suyos; la sonrisa, los labios y el color de pelo también a ella. Podría haber pasado perfectamente por su hijo, pensó. Pero ellos todavía eran muy jóvenes, apenas tenían diecisiete años. Con una mirada silenciosa y cuando menos curiosa, el niño siguió observándolo, pero esta vez él también le observaba. No supo con exactitud en qué momento el pequeño comenzó a dormir en el hombro de su madre, pero minutos después Martín también cerró los ojos. Deseó con todas sus fuerzas que el lugar vacío a su lado estuviera ocupado por Valeria y sonrió como tonto con la idea de apoyarse en su hombro para dormir... Pero el asiento siguió vacante.
Sin darse cuenta fue cerrando los ojos, mientras caía ligeramente en el asiento libre de un modo casi infantil y antes de quedar profundamente dormido, deseó con todas sus fuerzas que cuando volviera a abrir los ojos se encontrara al lado de aquella chica a la que quería por encima de un puñado de kilómetros.



«Distancia: Son kilómetros, kilómetros y más kilómetros... malditos kilómetros que, entre otras cosas, me impiden abrazarme a ti...»
Firmado, Valeria.
Odiaba el rugir del motor del coche antiguo de su padre.
  • Papá, ¿por qué no dejamos ya este coche viejo y nos compramos otro?
No lo entendía, no tenían problemas de dinero, ni les encantaba aquel coche. Lo observó durante un rato. Que simple era... verde oscuro, mala tapicería, rayones por todos lados, algún que otro pequeño bollo, modelo muy anticuado, la radio estaba rota y los asientos destrozados por el tiempo.
  • Valeria, ya hemos hablado de esto – dijo mientras paraba a repostar gasolina.
  • Pero papá, no te entiendo – se indignó su hija.
El padre apretó los dientes y se limitó a no contestar. Pensó de nuevo en su mujer y le costó reprimir las lágrimas... ¿Cuántos besos habían llenado aquel coche? Demasiados, se contestó a sí mismo. No lo iba a cambiar, nunca... o por lo menos, hasta que resistiera. Le recordaba demasiado a su mujer... cada día la echaba más de menos y sin embargo, cada día estaba más lejos de ella, de su recuerdo. La vida se la había arrebatado y tanto a él como a Valeria esa pérdida le había afectado durante mucho tiempo.
Valeria permanecía en el coche. En su ipad sonaba una canción de Bruno Mars, suspiró. Todavía podía recordarlo con exactitud y es que todos los momentos, que eran pocos, al lado de Martín no se le solía olvidar. Cambió de canción antes de sentirse peor, pero su ipad estaba repleto de canciones que significaban demasiado para ella... Se quitó los cascos y furiosa apagó el aparato. Miró la hora en su reloj y tras unos segundos la volvió a mirar. Eran las diez, con suerte a las doce y media llegarían a Málaga. Y entonces sí que una lágrima surcó su cara. Sonrió con impotencia, hoy era el día. Quiso apartar de su mente el hecho de haber estado cuatro meses separada de lo que más feliz le hacía en su vida, pero no podía... Estaban ahí, estaban recordándole lo mal que lo había pasado, recordándole los suspiros y las lágrimas, las ganas de vomitar, las veces en que sus fuerzas expiraban. Lo había pasado fatal y él no había podido estar a su lado... El ruido de la puerta cerrarse interrumpió sus pensamientos, su padre la miró por el retrovisor en el momento en que otra nueva lágrima se deslizaba por su piel. Roberto no dijo nada, sabía como debía de sentirse su hija, pero le dolía verla así.
Valeria se centró en mirar al horizonte para no marearse y se ensimismó de nuevo en sus absurdos pensamientos. Se vio reflejada en el cristal de la ventana, no era guapa, nunca se había considerado una de esas personas que suelen gustar. El pelo ondulado le llegaba por los hombros y sus ojos eran grandes y bonitos pero de un color marrón apagado. Al contrario de ella, él era perfecto. Sus ojos eran rasgados y azules, su pelo: castaño claro. Pero él la quería y ella le quería a él, tal como eran, sin ningún defecto para el otro, perfectos en su persona.
No tenía la suerte de quedar cada sábado e ir paseando de la mano por una de las calles de su ciudad, ni tenía la posibilidad de besarlo cada mañana antes de entrar al instituto, no podía tenerlo cerca en los malos momentos, ni... Se le hizo un nudo en la garganta, como si se estuviera atragantando con algo, era como si llevara una soga al cuello y la distancia no hiciera más que apretar la cuerda alrededor de su garganta. Distancia... esa palabra se hacía dueña de sus pensamientos. ¿Por qué existía la distancia entre ellos? Una y otra vez la distancia se metía con ella, le sentaba con una patada en el culo, un continuo dolor que la mataba por dentro.
Puso la mano en el cristal y sollozó intentando que el nudo que se le había formado desapareciera, pero cada vez se hacía más grande y los nervios la apresaban. Primero comenzaron a temblarle las manos... media hora después tiritaba como si fuera a morir de hipotermia, algo imposible teniendo en cuenta que estaban en un mes de agosto que los bañaba con un calor asfixiante, oscilando entre los treinta y cinco y los cuarenta y dos grados.
Cerró los ojos en un intento de alejarse de todo mientras los kilómetros que los separaban comenzaban a menguar.



La puerta del coche se abrió velozmente. Valeria salió, pero tras eso se quedó parada. Estaban el uno frente al otro a pocos metros, los dos con ganas de echar a correr, pero los nervios los paralizaban y sus pies no lograban moverse de un adoquín al siguiente. Roberto evitaba mirarlos por el retrovisor del coche y esperaba con impaciencia que de una vez por todas se fundieran en el abrazo que tanto necesitaban.
Fue Martín el que comenzó a correr hasta la chica. Esta se agarró a él y recordó como otras veces la sensación de abrazarse al cuerpo de aquel chico. Martín mientras tanto le acariciaba el pelo y la apretaba con sus fuertes brazos queriendo quedarse así eternamente. Hundió la cara en los mechones ondulados de Valeria de los que un olor a mango se desprendía. Dulce, pensó. Pero no tanto como lo eran sus labios. El beso tardó en llegar, se miraron a los ojos antes de acercar sus bocas en un beso voraz y tras asegurarse de que seguían sintiendo mutuamente lo mismo se soldaron sus labios.
Valeria miró hacia donde estaba el coche de su padre y lo despidió con un movimiento de mano. Calculó que tiempo podrían estar juntos, apenas habían dado las una.
  • ¿Hasta que hora puedes quedarte? - preguntó, deseando pasar el mayor tiempo posible al lado de Martín.
  • Hasta las... - Martín miró hacia arriba, intentando recordar a qué hora salía el último tren hasta su ciudad – hasta las siete.
La mirada de Valeria se apagó aunque, la verdad, no esperaba que se quedaran hasta más tarde puesto que luego eran dos horas y media de viaje. Hizo amago de abrazarse de nuevo a Martín, pero él no le dejó. La sujetó por los hombros, odiaba verla triste y aunque para Martín también era duro separarse de ella, intentó por todos los medios consolarla.
  • Todavía tenemos seis horas por delante...
  • Pero...
  • Pero nada – le dijo él cortante – prométeme que en lo que nos queda de día, no vas a pensar en que hora es, ni vas a preocuparte por lo que pueda pasar cuando nos separemos, prométemelo porque si no venir hasta aquí no habría tenido ningún sentido.
Valeria asintió y se apartó un poco de Martín para comenzar a andar a su lado. Al verla fue él el que necesitó con todas sus fuerzas volver a abrazarla para sentirla cerca, para comprobar que no seguía durmiendo en el tren.
Hacía sol pero no mucho calor. Málaga estaba tranquila y la brisa del mar cerca de la costa siempre era agradable. Mientras recorrían las calles notaron como cada vez el calor iba disminuyendo y por algunos lugares se filtraba el olor salado del agua.
Fue ella quien arrastró a Martín hasta la pizzería donde siempre almorzaban. Y después de comer él la condujo por el paseo marítimo hacia donde se habían mirado a los ojos por primera vez.
La playa estaba atestada. Se sentaron en el bordillo que separaba el paseo de la arena y contemplaron como el agua se movía tranquila. Se quitaron los zapatos y corrieron hacia la arena húmeda. Martín cogió a Valeria y comenzó a adentrarse en el mar. Estaban mojados sus pantalones casi hasta la cintura y él amenazó con lanzar al agua a la chica, que se cogía a su cuello y gritaba que se iba a enterar como la tirara.
El agua se movió alborotada cuando los dos cayeron sobre ella.
  • ¡Te odio! - Gritó Valeria, fijándose en como eran el centro de atención de muchas miradas desde hacía rato.
Él reía tirado en la arena y totalmente empapado. La miraba de arriba abajo, notando como las partes del vestido blanco mojadas se transparentaban y de forma translúcida la ropa interior de Valeria se hacía cada vez más visible. Notó como bajo el vestido mojado se apreciaban las formas de su cuerpo y como ante su mirada, ella comenzaba a ponerse roja. Además, el maquillaje se había deslizado por la cara de Valeria, formando bajo sus ojos unos surcos de color oscuro.
Él se acercó a ella y pasó el dedo por su rostro haciendo desaparecer el rastro de maquillaje. La chica seguía poniéndole morros e ignorándolo por haberle causado ese destrozo.
  • ¿Te has enfadado? - le preguntó al oído.
Ella siguió ignorando a Martín.
  • Oye, que ha sido por tu culpa por la que nos hemos caído – dijo él como si también se enfadara.
Entonces ella le miró de reojo, se fijó en cómo sonreía de forma burlona y cómo sus ojos azules la miraban esperando que le perdonara.
  • Bueno, bueno... te perdono – dijo Valeria poniéndose frente a su chico.
Se acercó sigilosa a su boca y cuando él se acercaba a la suya, lo empujó y Martín cayó en la arena, que se le pegó al cuerpo. Ella se arrodilló a su lado.
  • Pero que quede claro que la culpa la tienes tú – le susurró al oído.
Tumbados en la arena que les quemaba la piel y ensuciaba todo su cuerpo, volvieron a besarse y tras ese beso con sabor salado y olor a tierra húmeda, se sumergieron en el agua cumpliendo los dos con lo acordado. En ese día no había hora, no había tristeza, ni se iban a añorar... porque por primera vez en mucho tiempo estaban juntos y la distancia entre ellos no tenía lugar, no cabía... simplemente ahora, no existía.



Las puertas del tren volvieron a cerrarse a las siete en punto. Nunca se retrasaban. Y por el cristal vio desaparecer la mirada de ella que con desgana se subía en el coche.

Cerró la puerta del coche y el rugir del motor la sobresalto. Aquí acababa todo y comenzaban a perder poco a poco.

El tren comenzó a moverse, el niño que antes había viajado también se encontraba allí. ¿Era mera casualidad? Bufó y supo que desde ese día hasta que pasaran varios meses no la volvería a ver.

El coche fue tomando velocidad, primero 30, después 60, más tarde rozaba los 90... su padre nunca iba más rápido, no le gustaba la velocidad. Ni mucho menos conducir desde que su madre tuvo el accidente de coche.

Seguía teniendo los puños apretados y ganas de golpear cualquier cosa que se le antepusiera, cualquier cosa. Pero nunca persona, él no era agresivo y confiaba en que nunca lo fuera. Pero en esos momentos sentía como que debía correr en dirección contraria, hacia ella y no alejarse cada vez más, como estaba haciendo en aquellos momentos.

Agradeció que la velocidad se mantuviera a 90 kilómetros por hora... así, se alejaría más despacio de él. Aunque también le invadían las ganas de salir corriendo, encerrarse en su habitación, contemplando una foto de Martín y echarse a llorar en la cama durante el resto de los meses. Pensando en que así, cuando sus lágrimas se consumaran, el día de volver a verlo estaría más cerca.

Le dolía el corazón, pensaba en que si llegaba a perderla por algún motivo... no podría continuar. Tampoco podría volver a pisar una playa, ni una pizzería... todo le recordaría demasiado a ella. Serían lugares prohibidos, lugares en los que los recuerdos acosarían su memoria.

No quiso tener en cuenta que algún día podrían arrebatárselo como había pasado con su madre, no podía pensar aquello. Sin él nada tendría sentido... Pero era algo que podía suceder y también que Martín dejara de sentir aquello tan fuerte por ella. No sabía que podía llegar a dolerle más pero tampoco quería comenzar a pensar en aquellas cosas.

El asiento del tren le pareció más incómodo que de costumbre, le dolía algo la espalda de cuando Valeria le había tirado a la arena. Lo tenía merecido por meterla en el agua, pensó sonriendo. Le gustaba su carácter, le gustaba todo de ella, todo sin excepción.

Se golpeó la cabeza al echarse hacia atrás. Movió la mano levemente hasta dejarla caer en el asiento de al lado y suspiró. Le faltaba demasiado sin él y se sentía completamente incompleta.

Martín notó como el aire se hacía pasajero a cada uno de sus lados. Tanto a la derecha como a la izquierda había vacío. Rectificó, tanto a la derecha como a la izquierda como en su corazón predominaba el vacío.

Por último, ella se colocó los cascos y confió en que de forma aleatoria sus canciones la invadieran. Calló sus sentidos y dejó que bajo sus párpados, sus ojos enrojecieran y sus pestañas comenzaran a humedecerse.

Sin saber que hacer, la oscuridad de sus ojos cerrados se le echó encima. La añoró en el silencio de sus deseos y aplacó la rabia que sentía con el sueño. No había nada que se le resistiera. Nada, excepto esa palabra, como siempre.

«Una vez más la distancia comienza a robarme terreno, se hace poco a poco con cada parte de mi ser. Te recuerdo una y otra vez y ya te echo de menos.»
Firmado, Valeria.


«De nuevo vuelvo a sentirme impotente, solo e impotente. Ya ha comenzado a cautivarme la distancia y con cada resquicio de tu recuerdo ya te echo de menos.»
Firmado, Martín.



miércoles, 20 de febrero de 2013

Dublín

Tiene razón Álvaro en que hay que mantener vivo el blog; y por eso he decidido contaros algunas cosas sobre Dublín, que es donde vivo desde septiembre gracias a una beca Erasmus (de la que todavía no he visto ni una décima parte del dinero, eso también hay que decirlo). 

 Dublín es una ciudad genial para cualquiera que le guste la cultura en general. En cada calle hay al menos una librería, y los libros son baratísimos. Chapters es una de dos plantas, la de arriba de libros de segunda mano. Puedes encontrar cosas desde 1 euro, sobre todo libros clásicos en plan Dickens, Jane Austen etc. Se podría decir que es una ciudad muy literaria: hay un museo de escritores que merece bastante la pena, se organizan paseos por la zona más cultural de la ciudad (Temple Bar, donde te van indicando dónde estaban las redacciones de los periódicos, los distintos teatros...) y por la calle se pueden encontrar placas en el suelo en los sitios que se mencionan en la novela Ulises de James Joyce. Yo me leí ese libro antes de venir porque tenía curiosidad por el que se considera el mejor escritor irlandés. Y sí, es una lectura "obligada" para cualquiera al que le guste leer porque no se puede negar su originialidad. La novela sigue la estructura de La Odisea y trata sobre un día en la vida de un dublinés (16 de junio, que los fans celebran recorriendo los mismos escenarios vestidos de época, una lástima que ya no estaré aquí para entonces), con la particularidad de que cada capítulo está escrito en un estilo diferente: que si solo dialogado como si fuera un guión [nunca seré capaz de escribirlo sin tilde, lo siento por la RAE] de cine, que si representando la evolución del inglés a lo largo de la Historia, o siguiendo la corriente de pensamiento del protagonista... Tiene momentos muy divertidos, pero hace falta MUCHA paciencia y la verdad es que se hace bastante pesado. Vamos, que queda bajo vuestra responsabilidad darle una oportunidad :) 

 Mi universidad, University College Dublin, es uno de los sitios que más me gustan (¿quién me lo iba a decir?). Es verdad que Trinity College es la universidad más importante y más prestigiosa de Irlanda; pero según mi experiencia y la de la gente que conozco que va allí, UCD es sin duda la mejor en cuanto a actividades, asociaciones, etc. ¡Tiene cine!¡Y teatro! Lo bueno es que, aunque es demasiado grande y es muy fácil perderse y está bastante apartada del centro, siempre hay algo que hacer. Hace poco fue la semana de la solidaridad, y una de las asociaciones montó una subasta de personas (sí, personas) para recaudar dinero para la lucha contra el cáncer. Fue divertidísimo ver cómo la gente iba apostando, llegaron a pagar 200 euros por tener una cita con una chica, no es ninguna broma. Y un grupo de amigos se dejó todos los ahorros para "salvar" a un chico que conozco de tener una cita con otro que, la verdad, da un poco de miedo. En el cine ponen varias películas a la semana gratis (incluyendo palomitas) si eres de la asociación. En fin... que por mí no volvía a la UPO, que al lado de todo esto no se puede comparar. 

 Estoy aquí con una chica de Mollina de otros años. Se llama Carmen Romero, a lo mejor alguno la conocéis. Muchas veces hablamos de nuestras experiencias molletes y le cuento cosas de vosotros. 

 Me voy ya porque me parece que me está quedando un poco largo. Y pedante. Jajaja ¡si solo hablo de cosas culturales y de la universidad! Si alguno tiene Facebook, podréis comprobar por las fotos que en realidad donde más tiempo paso es en un par de discotecas. Aquí no ponen reggaeton (casi nunca, una vez pusieron Gasolina y nos reímos un montón), sino que depende mucho de donde vayas: en uno de los sitios a los que voy ponen una mezcla de rock indie, rap y música electrónica inglesa en plan drum & bass y dubstep (lo que se agradece mucho). Y además la gente viste como quiere, hay algunos que van hasta en chándal, así que siempre que seas mayor de edad no tienes problemas para entrar. 

 Pues bueno, ahora sí que acabo. Si alguno viene a Dublín de aquí a mayo, ya sabéis que estoy disponible para hacer de guía :D Intentaré ir subiendo cosas al blog de vez en cuando, aunque últimamente no escribo demasiado :D

sábado, 9 de febrero de 2013

Un cadáver virtual.


Estaba yo caminando el otro día y se me ocurrió algo que podría ayudar a mantener con vida nuestro blog. Me acordaba yo de Mollina y de lo que nos divertimos haciendo aquel cadáver exquisito y pensé ¿por qué no hacer otro? La técnica es muy sencilla, yo escribo 50 palabras y le paso las últimas 15 al siguiente de la lista. Este escribe otras cincuenta y me las envía. Yo las guardo y envió las últimas 15 al siguiente. Cuando todos los que quieran participar hayan escrito sus palabras yo publico en el blog el texto que hemos obtenido. Para establecer el orden lo suyo sería que todos escribáis un comentario en el que ponga “Quiero participar” o “Posdata: quiero participar”. Como sé que últimamente no está la gente entrando mucho en el blog propongo dejar un plazo de hasta dos semanas para que la gente se apunte, es decir, el plazo finalizaría a las 24 horas del día 23 de febrero.
Por si alguien quisiese ocupar un puesto concreto en el orden para escribir, puede decir junto al "quiero participar" si quiere ser tercero o cuarto o quinto…, esto lo hago porque me temo que pueda suceder que la gente quiera ocupar los últimos lugares y dejen para el final lo de confirmar su participación. Si alguien está interesado en ser el primero en escribir yo estoy encantado de cederle dicho puesto, eso sí, por razones prácticas la persona que escriba primero debe de ser la que se encargue de almacenar y distribuir el resto de los escritos.